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Este pinar, es el único recuerdo, junto a unos pies aislados en Velilla del Río Carrión, de los grandes pinares de sylvestris que poblaron la alta Cordillera Cantábrica tras la retirada de los glaciares. Es decir, es totalmente espontáneo, el hombre no ha tenido nada que ver con que esté ahí, ni directa, ni indirectamente. Data de una edad de unos 4000 años, y tiene una superficie de unas 413 hectáreas, de las que 267 son de pino silvestre, algunos de los cuales llegan a los 300 años de edad. Luchan por arrebatarle el especio, miles de hayas y abedules, así como serbales, mostajos, acebos, cerezo eurosiberiano (Prunus padus), tejos (algunos milenarios) etc. También encontramos, algo muy habitual en León, con amplias extensiones de arándanos. Posee un cantadero activo de urogallo, presencia notable del lobo, corzos, rebecos, y es zona de paso del oso pardo. En él encontramos más del 50% de los micromamíferos presentes en la Península. Posee además, la mayor concentración de himenópteros del género bombus (abejorros) de toda la Península. Por último destacar la presencia de multitud de lepidópteros, entre ellos seis protegidos. Las normo precipitaciones son de unos 1800 litros metro cuadrado y año, más bajas por tanto, que las altas cumbres que lo rodean. El otoño va tocando a su fin por León, refugiándose ya por zonas más bajas, donde todavía aguantará una o dos semanas. La previsión de fuertes nevadas para esta semana, nos recordará lo fugaces que son las estaciones en estas altas tierras, siendo el invierno con diferencia, la más larga, y extendiendo sus tentáculos por las otras tres. Por último cito textualmente parte de lo que dice Joaquín Araujo, naturalista, biólogo, y fundador de bosques (entre otras cosas), de este enclave, una de las muchas joyas naturales que tiene León, y que le han valido ser el lugar del planeta, con mayor número de Reservas de la Biosfera. Viniendo de tamaño personaje, y sabiendo que es un enamorado absoluto de León, para mí, es un lujo volver a escucharle: “Los pinos (…), esconden una sorpresa porque si bien muchas de las pinadas de albares españolas, incluyendo por supuesto las ya mencionadas (Pirineos, Valsaín, y la Sierra de Albarracín), fueron puestas por la mano del hombre, la de Lillo es, por completo espontánea. Se trata pues, de uno de los poquísimos pinares españoles completamente natural y aunque parezca mentira, eso es algo que acaba notándose, que impregna el ambiente y que se trasmite por los aires como si oliera a esa lenta y vieja sabiduría que esconden los verdaderos bosques. Éste, que está en aquel lugar antes que ser humano alguno, por haberse escondido lo suficiente a las apetencias de nuestros antepasados, sigue en pie para, acaso, servir de muestra de que la convivencia es posible. Esta pinada y su acompañante bosque, quedan al norte de la población que le da nombre, y en la solana del Puerto de las Señales”. El área visitable, tras el pertinente permiso, está limitada a un recorrido de unos 7 km, no pudiéndose salir del mismo.