El aire, más sediento que nunca: así se agravan las sequías por el calentamiento global

No solo llueve menos. La atmósfera también roba más agua del suelo y acelera la desertificación incluso en zonas húmedas.

Redacción

La sequía, ese fenómeno que a menudo se vincula a la falta de lluvias, tiene ahora otro culpable silencioso: una atmósfera que, a medida que se calienta, reclama más agua. No llueve menos en todas partes, pero el agua disponible desaparece más rápido.

Un estudio internacional, publicado en la revista Nature, ha puesto cifras al fenómeno. Los científicos han confirmado lo que muchas regiones del planeta ya experimentan en carne propia: las sequías son ahora más largas, más intensas y más extensas. Pero lo más preocupante —advierten— es que están cambiando de naturaleza.

Desde 1981, el mundo no solo ha visto caer la lluvia en algunas zonas, sino que la demanda evaporativa atmosférica (AED) —es decir, la sed del aire— ha aumentado tanto que explica hasta el 40 % del agravamiento global de las sequías. En África o Australia, la cifra se dispara al 50 %. Y no es una anomalía puntual: la tendencia se acelera, especialmente desde 2018.

Una sequía que no siempre se ve, pero que arrasa igual

En algunos lugares, como el oeste de EE. UU. o el sur de Sudamérica, la extensión de terrenos en sequía ha subido un 120 % en apenas cinco años. En 2022, el año más seco del que se tiene constancia global, un 30 % de la superficie terrestre estaba afectada por sequía moderada o extrema.

Y sí, España aparece en los mapas de ese mismo estudio —aunque no haya datos país por país— como una de las regiones de Europa occidental con mayor descenso del índice SPEI, una herramienta que mide el equilibrio entre lluvia y evaporación. Todo apunta, por tanto, a que la península ibérica se encuentra en la zona roja de la desecación.

«Tendencia global del índice HRSPEI y extensión de las sequías entre 1981 y 2022» Fuente: Nature

El suelo se seca, la atmósfera se calienta y todo se agrava

Las cifras impresionan, pero es el mecanismo lo que más preocupa a los investigadores. La AED, para entendernos, mide cuánta agua puede absorber la atmósfera si está disponible. Cuanta más temperatura, radiación solar o viento, y menor humedad relativa haya, más capaz es el aire de extraer humedad del suelo y de la vegetación. Y lo hace incluso aunque llueva.

Este fenómeno, en apariencia invisible, transforma regiones húmedas en áreas vulnerables sin que se perciba hasta que ya es tarde. No es solo que no llueva, es que lo que llueve ya no rinde igual. Se evapora antes de poder usarse.

Lo más novedoso del estudio está en la calidad y extensión de los datos utilizados. Un conjunto de bases de datos de alta resolución global —0,05°— ha permitido a los investigadores observar el periodo comprendido entre 1901 y 2022.

Se usó el índice SPEI (índice de precipitación-evapotranspiración estandarizado), que tiene una ventaja clave: permite cuantificar sequías causadas tanto por la falta de lluvia como por el exceso de evaporación atmosférica.

«Evolución de la magnitud y frecuencia de las sequías globales según el índice SPEI» Fuente: Natue

De África a Europa: los mapas de la desecación global

En 2022, Europa vivió una de las sequías más duras de su historia reciente: el 82 % del continente estuvo afectado, y casi la mitad de esos territorios lo estuvieron con intensidad severa. Las imágenes de barcas varadas en embalses vacíos en España no fueron solo anecdóticas. En La Viñuela (Málaga), la línea de agua retrocedió tanto que dejó al descubierto estructuras sumergidas durante años.

La tendencia, lejos de revertirse, se intensifica. Según el estudio, entre 2018 y 2022 la superficie global en sequía aumentó un 74 % respecto a los 36 años anteriores. Y de ese incremento, el 58 % es atribuible directamente al aumento de la AED.

Sergio M. Vicente-Serrano, investigador del Instituto Pirenaico de Ecología (IPE-CSIC) y uno de los coautores del informe, señala que incluso en zonas con precipitaciones estables, la sequía se agrava por la capacidad de la atmósfera para «beber» más rápido el agua que llega al suelo.

España, en el corazón de una tendencia que no se frena

Hay, además, un efecto de retroalimentación que complica aún más la situación. Cuando el suelo se seca, refleja más radiación solar, lo que a su vez eleva la temperatura del aire. Ese aire más caliente aumenta su capacidad de evaporar… y así sucesivamente. Es un bucle —o más bien una espiral— difícil de frenar.

Por si fuera poco, el estudio diferencia claramente entre el impacto de las lluvias y el de la evaporación. El 60 % del incremento de las sequías se explica por la reducción de precipitaciones, pero el 40 % restante viene directamente del aumento de la evaporación atmosférica. No es un dato menor.

En este contexto, España se sitúa como una de las regiones más expuestas. Los expertos nacionales, entre ellos Vicente-Serrano, llevan años advirtiendo que la península ibérica es especialmente vulnerable por su clima mediterráneo, sus suelos y su vegetación —sensible al estrés hídrico—.

Diferencias en la tendencia del SPEI según datos observados y climatologías entre 1981 y 2022. Fuente: Nature

La evaporación cuenta más de lo que parecía

Más allá de lo técnico, el informe deja claro que el impacto socioeconómico de esta tendencia es ya visible. Agricultura, biodiversidad, seguridad alimentaria, energía hidroeléctrica, salud pública… Todo se ve afectado por una sequía que, a diferencia de la del pasado, ya no es solo cuestión de cielo seco.

El calentamiento global no solo modifica la temperatura. Está redefiniendo la hidrología terrestre, provocando que incluso los mecanismos que antes nos protegían —como la vegetación o la humedad del suelo— se conviertan ahora en víctimas de un desequilibrio mayor.

«Contribución relativa de la evaporación atmosférica y la precipitación a los cambios en el SPEI (1981–2022)» Fuente: Nature

¿Qué podemos esperar si no cambiamos nada?

Los autores lo expresan con contundencia: la atmósfera está cambiando. Ya no es solo el calor lo que preocupa, sino lo que ese calor permite que el aire haga con el agua. Es una transformación profunda, estructural y potencialmente irreversible.

La pregunta que queda en el aire —nunca mejor dicho— es si llegaremos a tiempo para evitar que esa sed atmosférica nos deje sin reservas. Y sin margen.

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