Rituales intactos: los lugares de España donde la Semana Santa no ha cambiado en siglos
¿No sabes qué lugares visitar en Semana Santa? Te proponemos siete pueblos y ciudades con tradiciones centenarias cuyas celebraciones nada tiene que envidiar a las de Sevilla.
Juan Carlos Broncano
La Semana Santa está a la vuelta de la esquina. Cada año, miles de personas buscan alternativas a los destinos como Sevilla o Málaga, donde la afluencia de público puede resultar, cuanto menos, abrumadora.
Afortunadamente, por toda España existen localidades menos conocidas donde las tradiciones se mantienen prácticamente intactas desde hace siglos. Repasamos algunos de estos destinos que merecen una visita en estas fechas.

Destinos con tradición centenaria para visitar en Semana Santa
Cáceres, Jaén, Valladolid o Asturias son sólo algunas de las provincias que albergan tradiciones tan emblemáticas como centenarias.
Sus pueblos, a menudo víctimas del proceso de despoblación que está sufriendo gran parte del país, conservan en estas celebraciones un vínculo directo con su historia y su comunidad, lejos del turismo masivo que se registra en estas fechas.
Valverde de la Vera, Cáceres
La noche del Jueves Santo, Valverde de la Vera celebra su tradición más conocida: Los Empalaos. Este rito, que se remonta al siglo XVI, consiste en una penitencia donde los participantes recorren descalzos las calles empedradas del pueblo, de apenas 500 habitantes. Vestidos con una sábana blanca y con los brazos atados a un madero en forma de cruz, avanzan lentamente en un acto de profunda devoción.
El pueblo, a oscuras, apenas iluminado por pequeñas velas, acompaña en respetuoso silencio. Solo se escucha el tintineo de una esquila que anuncia la llegada del penitente y las pisadas sobre el empedrado. Quienes la viven salen con la sensación de haber presenciado una expresión viva de la fe y la cultura ancestral de un pueblo con siglos de historia.
Peñafiel, Valladolid
La Bajada del Ángel de Peñafiel es una de las tradiciones más curiosas de la Semana Santa castellana. La mañana del Domingo de Resurrección, la Plaza del Coso, un espacio rectangular rodeado de balconadas de madera que recuerda a una plaza de toros, se llena hasta la bandera.
A las doce en punto, un niño de unos ocho años para anunciar a la Virgen la resurrección de Cristo, retirándole el velo negro que cubre su rostro.
Con el castillo medieval como telón de fondo, la plaza abarrotada contiene la respiración durante los escasos minutos que dura esta tradición centenaria que pone punto final a la semana de pasión y marca el comienzo de las celebraciones pascuales.
Verges, Girona
Pocas tradiciones de Semana Santa resultan tan sobrecogedoras como la Danza de la Muerte de Verges. Este pequeño pueblo medieval del Empordà conserva una representación de la parca que se remonta al siglo XIV, cuando las epidemias de peste negra asolaban Europa.
La noche del Jueves Santo, en medio de la procesión, aparecen cinco esqueletos danzando al ritmo de un tambor. Tres adultos y dos niños, vestidos con mallas negras sobre las que están pintados los huesos en blanco, portan diferentes símbolos: una bandera negra con el «tempus fugit», una guadaña, un plato con ceniza y dos relojes sin manecillas.
La coreografía, que no ha variado en siglos, incluye saltos y movimientos rítmicos que forman la figura de una cruz. Los esqueletos avanzan impasibles entre el público, recordando a todos los presentes la fugacidad de la vida terrenal.

Hellín, Albacete
El estruendo de miles de tambores rompe la madrugada en Hellín. Esta ciudad albaceteña vibra literalmente durante la Semana Santa gracias a su famosa Tamborada, declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO.
Todo comienza el Miércoles Santo a las doce de la noche, cuando miles de tamborileros vestidos con túnicas negras y pañuelos rojos al cuello inundan las calles para no cesar en su redoble hasta el Domingo de Resurrección. Durante estos días, se calcula que hasta 20.000 tambores pueden sonar simultáneamente, casi dos tercios de su población.
Los orígenes de esta tradición se pierden en el tiempo, aunque algunos historiadores la vinculan al terremoto que se produjo tras la muerte de Cristo. Entre redoble y redoble, las cofradías sacan sus pasos a la calle. La más antigua, la del Nazareno, data de 1882.

Villaviciosa, Asturias
Alejada de los circuitos habituales de Semana Santa, esta elegante villa asturiana conserva tradiciones que se remontan a 1668. El momento más simbólico tiene lugar el Miércoles Santo, cuando se celebra El Encuentro.
Las imágenes de Jesús Nazareno y la Virgen de los Dolores, custodiadas durante el año en la iglesia de Santa María, recorren calles distintas hasta coincidir frente al Ayuntamiento.
No hay discursos ni dramatizaciones, pero sí una carga emocional intensa, reforzada por la sonoridad de la gaita asturiana que acompaña la escena. La lluvia, frecuente, obliga a improvisar, pero nunca a suspender. El Viernes Santo, el Desenclavo —una representación del descendimiento de Cristo— se traslada habitualmente al interior del templo.
Crevillent, Alicante
En Crevillent, a los pies de la sierra alicantina, la Semana Santa comienza mucho antes de las procesiones. Esa misma semana, los locales de las cofradías se llenan del olor a cera y a flor cortada, mientras se ultiman los detalles de lo que aquí se conoce como el Arreglo de Pasos.
Durante días, los locales se convierten en improvisados talleres donde se restauran imágenes, se pulen andas plateadas y se preparan los bordados que lucirán en las procesiones. Todo el pueblo participa de una manera u otra para vestir sus cofradías.
Lo más impresionante llega con las procesiones nocturnas. Los pasos, iluminados únicamente con velas, crean efectos de luz y sombra sobre las tallas policromadas, muchas de ellas obra de maestros imagineros como Francisco Salzillo.
Alcalá la Real, Jaén
Esta ciudad jiennense, durante siglos frontera viva entre los reinos de Castilla y Granada, conserva un legado que mezcla el recogimiento castellano con el arraigo emocional andaluz. El resultado es una liturgia marcada por la sobriedad y la expresividad a partes iguales.
Muchas de sus cofradías superan los cinco siglos de existencia, con un patrimonio escultórico de enorme valor. La imagen del Cristo Yacente, atribuida al círculo de Pablo de Rojas, es uno de los puntos centrales del Santo Entierro, que desciende el Viernes Santo por las calles empinadas del casco histórico.
El silencio que acompaña el paso, únicamente roto por los tambores y el roce de los costales sobre la piedra, deja una impresión difícil de olvidar. Como en otros lugares del interior andaluz, la Semana Santa se vive también desde lo doméstico: en las cocinas se preparan platos como el remojón o los papajotes para hacer las delicias de locales y visitantes.