La sonda japonesa Resilience se estrella en la Luna con el primer rover europeo a bordo

La sonda Resilience se estrelló en la Luna. Llevaba el primer rover europeo y tecnología clave para explorar el satélite de forma comercial.

Redacción

La sonda Resilience se ha convertido en la segunda nave fallida de la compañía japonesa Ispace. El contacto con la Tierra se perdió justo antes del alunizaje. Y aunque durante horas se intentó recuperar la comunicación, no hubo éxito.

Todo apunta a un aterrizaje forzoso. Las cifras finales de la telemetría, que dejó de emitir justo cuando faltaba poco para tocar superficie, revelan una velocidad inadecuada: 187 km/h a apenas 52 metros de altura. Casi una sentencia.

No es la primera vez que sucede. En abril de 2023, la misión Hakuto-R de la misma empresa terminó del mismo modo. Un silencio repentino. Y una colisión.

El intento de alunizaje tuvo lugar en la región Mare Frigoris, en el hemisferio norte lunar. Un paisaje de llanuras basálticas, solitario, inerte. Pero estratégico. Allí debía aterrizar el módulo Resilience la noche del 6 de junio, tras una trayectoria que comenzó en enero con su lanzamiento desde un Falcon 9 de SpaceX.

Un fallo en el sistema de medición, la clave

El descenso comenzó sin imprevistos, o eso parecía. La nave encendió su motor principal y redujo altitud. Pero el sistema de medición por láser no reaccionó a tiempo. No ofreció datos fiables de altitud hasta que fue demasiado tarde. Así lo ha comunicado ispace.

Se envió un comando de reinicio tras la pérdida de contacto. No hubo respuesta. «Basándonos en los datos disponibles, el aterrizaje ha sido forzoso», concluyó la empresa.

El primer rover europeo, a bordo

La misión no era sólo japonesa. También era europea. Dentro del módulo viajaba Tenacious, un microrover lunar de apenas cinco kilos. Diseñado en Luxemburgo, con apoyo de la ESA, estaba llamado a convertirse en el primer robot de exploración europeo sobre la superficie de la Luna.

Junto a él, otras cargas singulares: un dispositivo de electrólisis para generar oxígeno e hidrógeno, un experimento para cultivar algas en condiciones lunares, una sonda taiwanesa para estudiar la radiación espacial profunda… incluso una obra de arte (Moonhouse) y un disco duro de la UNESCO que contiene casi 300 idiomas. Una especie de legado cultural comprimido en bits.

El plan era operar durante unas dos semanas. Catorce días terrestres: justo lo que dura un día en la Luna. Luego vendría la noche y, con ella, el fin de la misión. Pero nada de eso sucedió.

Una empresa con sedes en tres continentes

ispace nació en 2010, aunque por entonces se llamaba White Label Space. Su primer gran objetivo fue el Google Lunar X Prize, pero el premio quedó desierto. Aun así, la compañía no se detuvo. Tiene hoy oficinas en Tokio, Luxemburgo y Estados Unidos.

Su meta: construir una economía cislunar, conectar comercial y socialmente la Tierra con la Luna. Una visión ambiciosa que va más allá de lo técnico. Quieren transportar carga, datos, arte… cultura. Y, si es posible, recursos minerales.

Un sueño que también tiene contrincantes

No están solos. Otras empresas también buscan hacerse un hueco en esta nueva carrera espacial. Intuitive Machines, por ejemplo, logró alunizar con su módulo Odiseo (aunque acabó volcado). Firefly Aerospace hizo historia con Blue Ghost. India se apuntó un éxito con Chandrayaan-3. Y China sigue acumulando logros, especialmente en la cara oculta lunar.

Mientras tanto, Estados Unidos y la NASA trabajan en el programa Artemis, con la vista puesta en el polo sur de la Luna y en las futuras bases permanentes. La ESA, por su parte, observa con cautela los recortes presupuestarios norteamericanos y reevalúa su participación.

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