El Everest inicia su temporada con cifras récord de alpinistas y una creciente presión ambiental

Centenares de alpinistas afrontan el Everest en 2025 entre retos físicos, masificación extrema y un creciente impacto ambiental.

Pablo Ramos

Con la llegada de la primavera en el Himalaya, comienza la etapa más favorable para emprender el ascenso al Everest, la cumbre más elevada del planeta y uno de los destinos más codiciados del alpinismo mundial.

Cada año, cientos de expedicionarios profesionales y turistas de aventura confluyen en el campo base, dispuestos a desafiar sus límites en uno de los entornos más hostiles del planeta.

Durante el invierno, las temperaturas extremas y las intensas nevadas prácticamente imposibilitan cualquier intento de ascensión. Solo un reducido grupo de alpinistas ha logrado coronar la cima en condiciones invernales, lo que subraya la dureza del reto fuera de la temporada oficial.

Escalar la montaña más alta del mundo: un sueño reservado a pocos

Afrontar el ascenso al Everest implica enfrentarse no solo a los elementos, sino también a una serie de dificultades logísticas, económicas y físicas que restringen el acceso a quienes cuentan con una preparación y recursos muy concretos. Aunque miles lo sueñan, muy pocos llegan a pisar la cima.

Uno de los obstáculos más determinantes es el elevado coste económico. Tan solo el permiso de ascensión expedido por las autoridades nepalíes puede superar los 12.000 euros, y se prevé que en 2025 ascienda hasta los 15.000 dólares o más.

A esa cifra deben añadirse gastos como el transporte, el avituallamiento, los seguros, el equipamiento técnico y la contratación de guías y sherpas, quienes asumen una labor imprescindible: preparar la ruta, instalar cuerdas fijas y asistir a los escaladores durante todo el trayecto.

En conjunto, las agencias especializadas calculan un coste medio de entre 60.000 y 100.000 euros por persona, una cifra que convierte esta expedición en una empresa al alcance de muy pocos.

Los requisitos que impone el Everest

Pero el dinero no lo es todo. Una preparación física rigurosa y conocimientos técnicos avanzados son también indispensables para afrontar una ascensión de esta envergadura. El manejo del piolet, los crampones, las cuerdas fijas y el oxígeno embotellado requiere entrenamiento específico en montaña de altura.

Además, la altitud extrema obliga a someterse a una aclimatación progresiva, que puede extenderse durante semanas. Quienes subestiman este proceso no solo reducen sus probabilidades de éxito, sino que se exponen a complicaciones graves, como el edema pulmonar o cerebral.

El Everest, entre colas interminables y un ecosistema saturado

Uno de los fenómenos más controvertidos de los últimos años ha sido la creciente masificación del Everest, una situación que compromete la seguridad de los escaladores y el equilibrio ecológico del entorno.

Durante la temporada alta, el campo base se transforma en una ciudad efímera, con cientos de tiendas, cocinas móviles, antenas de comunicación y equipos de soporte. Mientras tanto, la ruta más concurrida de ascenso se convierte en un embudo humano.

Zonas como la Cascada de hielo del Khumbu o el Escalón Hillary presentan auténticos cuellos de botella, donde los alpinistas deben esperar durante horas a más de 8.000 metros de altitud, expuestos a temperaturas extremas y al mal de altura.

Estas escenas, ampliamente difundidas en redes sociales, han puesto en evidencia el problema de la sobreocupación de la montaña. La temporada de 2025 no parece ser una excepción: ya hay cerca de 500 personas en el campamento base, y se espera que esa cifra aumente considerablemente en las próximas semanas.

Balance mortal de la última temporada y medidas urgentes

En 2024, unas 600 personas alcanzaron la cima, pero ocho perdieron la vida durante el ascenso o el descenso. Las autoridades, ante esta tendencia alarmante, han intensificado los esfuerzos para mitigar el impacto ambiental y controlar la actividad.

Entre las nuevas medidas, destaca la obligación de retirar al menos 8 kilogramos de residuos por parte de cada alpinista al descender del campo base, como parte de una iniciativa para reducir la huella ecológica en una de las zonas más vulnerables del planeta.

La primavera, la ventana más segura hacia la cumbre

Aunque también es posible ascender al Everest en otoño, la gran mayoría de expediciones se concentran en primavera, cuando se dan las condiciones meteorológicas más benignas: vientos moderados, ausencia de nevadas y temperaturas bajas pero tolerables.

Durante estas semanas, se produce un breve periodo en el que el tiempo permite planificar los últimos tramos hacia la cima con cierta estabilidad. Las agencias especializadas y los equipos médicos permanecen en alerta constante para aprovechar cualquier ventana de buen tiempo antes de que la situación vuelva a deteriorarse.

Con sus 8.848 metros de altitud, el Everest continúa siendo el vértice más alto del planeta, una cumbre cargada de simbolismo que ejerce una atracción magnética sobre quienes buscan superar sus propios límites.

Pero también plantea serias preguntas sobre la sostenibilidad del turismo extremo y el futuro del alpinismo en un mundo cada vez más masificado.

Alpinistas en el Everest
Fuente: Banco de imágenes Canva