Las élites económicas son las principales impulsoras del calentamiento global
El 10% de las personas más ricas del mundo son los responsables directos del 66% del calentamiento global provocado en los últimos 35 años.
Pablo Ramos
Un nuevo estudio publicado en una revista del grupo Nature pone el foco en una realidad cada vez más difícil de ignorar: las personas con mayores ingresos son responsables de una parte desproporcionada del calentamiento global. Sus emisiones, asociadas a un estilo de vida intensivo en recursos, alimentan de forma significativa los fenómenos meteorológicos extremos que hoy se multiplican en todo el planeta.
La investigación cuantifica con precisión esta desigualdad climática. Desde 1990, el 10 % de la población mundial con mayor riqueza ha generado el 66 % de las emisiones que impulsan el cambio climático. Aún más llamativo es el dato que señala que el 1 % más rico del planeta ha contribuido 26 veces más que la media global al incremento de los extremos térmicos, como las olas de calor.
Riqueza, emisiones y eventos extremos: una relación directa
Lejos de tratarse de una cuestión teórica o generalizada, los autores del estudio han conseguido vincular directamente la riqueza con los impactos más severos del cambio climático. «Los efectos extremos que observamos no son fruto de emisiones abstractas: se derivan de nuestras decisiones cotidianas, de consumo e inversión, profundamente condicionadas por el nivel de ingresos», explica la climatóloga Sarah Schöngart, firmante principal del trabajo.
Este análisis interdisciplinar ha combinado datos económicos, registros de fenómenos climáticos e indicadores meteorológicos, con el objetivo de rastrear la contribución real de los distintos estratos sociales a la emergencia climática.
Así, se ha podido comprobar que los estilos de vida del 50 % más pobre de la población habrían provocado un calentamiento global mínimo si todos los habitantes del planeta hubieran emitido como ellos.
«La magnitud del daño actual no habría existido de haberse replicado ese patrón de emisiones modestas», subraya Carl-Friedrich Schleussner, coautor del estudio, quien también recuerda que las desigualdades no solo se reflejan en la renta, sino también en la responsabilidad ambiental.
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El poder de las élites ante la urgencia climática
Una de las conclusiones más contundentes del trabajo es que las capas sociales con mayor poder adquisitivo actúan como verdaderos catalizadores de los eventos climáticos extremos. Un hallazgo que, según sus autores, refuerza la necesidad de diseñar políticas ambiciosas y específicas que limiten su impacto climático.
«Resulta imprescindible redirigir las políticas de mitigación hacia quienes más contribuyen al problema, si realmente aspiramos a una transición ecológica justa», insiste Schöngart.
Los expertos advierten de que ignorar el rol determinante de las élites económicas supone renunciar a una de las herramientas más eficaces para reducir el daño climático futuro. Y lo hacen con firmeza: «No se trata de un debate académico. Hablamos de impactos tangibles, sufridos ya en numerosas regiones del mundo», remarca Schleussner.
Políticas focalizadas para una acción climática eficaz
Ante esta evidencia, el informe aboga por estrategias públicas que incorporen principios de equidad y proporcionalidad, orientadas a que quienes más emiten asuman su cuota de responsabilidad. En concreto, se propone la implementación de medidas progresivas que graven de forma específica las emisiones ligadas al lujo, el transporte privado aéreo o las inversiones intensivas en carbono.
Este tipo de enfoques no solo reduciría las emisiones, sino que, según el estudio, favorecería una mayor aceptación social de las políticas climáticas, algo esencial para que sean viables a largo plazo. Además, contribuirían a reforzar la resiliencia de los países más vulnerables, que suelen ser también los menos responsables del calentamiento global.
Desde una perspectiva ética y estratégica, corregir el desequilibrio entre clases sociales en términos de responsabilidad climática resulta ineludible. «No habrá justicia climática sin justicia fiscal ni redistributiva», concluye Schöngart.