Con una cadencia irregular pero reconocible, el ciclo solar se manifiesta como una oscilación en la actividad magnética del Sol, cuya repercusión se extiende mucho más allá de su superficie incandescente.
Aunque el astro rey mantiene una luminosidad bastante estable en el espectro visible, las variaciones que experimenta en longitudes de onda como el ultravioleta extremo o los rayos X dibujan una realidad mucho más dinámica e impredecible.
Este ciclo, que influye directamente en la aparición de manchas solares, fulguraciones y eyecciones de masa coronal, es uno de los elementos clave del llamado clima espacial, un concepto que gana protagonismo conforme nuestras sociedades dependen más de tecnologías vulnerables a la radiación solar.
La actividad magnética del Sol sigue un patrón de 11 años… casi siempre
Aunque no todos los ciclos son iguales, en promedio se repite cada 11 años un proceso de reorganización del campo magnético solar. Durante ese tiempo, los polos magnéticos del Sol se invierten completamente, y con ello, la configuración de su superficie cambia drásticamente.
En las primeras fases del ciclo, las manchas solares aparecen a latitudes medias, entre 30° y 40°. Conforme avanza el tiempo, estas zonas de intensa actividad magnética —más frías que su entorno, y por tanto visibles como regiones oscuras— se desplazan hacia el ecuador solar.
El número de manchas aumenta progresivamente hasta alcanzar un máximo solar, tras el cual la actividad decae de nuevo hacia un mínimo. Este vaivén marca los puntos de inflexión del ciclo.Curiosamente, aunque el ciclo solar visible es de unos once años, el ciclo magnético completo es de 22 años, ya que en cada nuevo periodo la polaridad de las manchas se invierte respecto al anterior.
El ciclo solar 25 ya está en marcha: ¿qué podemos esperar?
Desde diciembre de 2019, la actividad solar ha ido intensificándose, lo que marcó el inicio del ciclo solar 25. Según los modelos actuales, se prevé que su máximo tenga lugar entre finales de 2024 y principios de 2025, momento en que se espera un repunte significativo en la aparición de manchas y erupciones.
Frente a la moderación del anterior ciclo solar (el 24, que tuvo su pico en 2014), el actual muestra indicios de ser más activo, aunque aún es pronto para determinar su intensidad final. Observatorios solares como SOHO y PROBA2, así como misiones más recientes como GOES-R o DSCOVR, están ya registrando un notable aumento de eventos solares de alta energía.
Más allá de las manchas: qué fenómenos desencadena la actividad solar
Las manchas solares son sólo la cara visible de un conjunto más amplio de fenómenos. A medida que se acumula energía magnética en la corona solar, aumentan las posibilidades de que se produzcan fulguraciones solares —explosiones repentinas de radiación electromagnética— y eyecciones de masa coronal (CME), que consisten en grandes burbujas de plasma y campos magnéticos arrojadas al espacio.
Cuando una CME se dirige hacia la Tierra y entra en contacto con su magnetosfera, puede generar tormentas geomagnéticas de intensidad variable.
Entre sus consecuencias están la aparición de auroras boreales y australes más frecuentes e intensas, pero también problemas técnicos más serios: interrupciones en las comunicaciones por satélite, fallos en la navegación GPS o incluso daños en redes eléctricas.
El viento solar y la heliosfera: cómo el Sol envuelve al sistema solar
Además de los eventos violentos, el Sol mantiene una emisión constante de partículas cargadas, conocidas como viento solar. Este flujo, formado principalmente por protones y electrones, configura una gigantesca burbuja conocida como heliosfera, que se extiende más allá de la órbita de Plutón.
La magnetosfera terrestre actúa como escudo frente a esta corriente, pero no es infalible. Durante los picos de actividad solar, el viento solar se intensifica, lo que puede comprimir la magnetosfera y abrir brechas temporales por las que penetran partículas energéticas.
Estas variaciones, aunque sutiles en muchos casos, son críticas para los sistemas que operan en la alta atmósfera, como los aviones de gran altitud, o los satélites en órbita baja, que pueden experimentar perturbaciones y desgaste acelerado.

¿Afecta el ciclo solar al clima terrestre?
La irradiancia solar total —es decir, la cantidad de energía que el Sol emite en todas las longitudes de onda— varía menos de un 0,1 % durante el ciclo de 11 años. Esta fluctuación es demasiado leve y demasiado breve como para explicar por sí sola las variaciones climáticas de la Tierra.
No obstante, en escalas más largas, como el ciclo de Gleissberg (de unos 80 años), se han identificado posibles correlaciones entre mínimos solares prolongados —como el famoso Mínimo de Maunder del siglo XVII— y periodos de enfriamiento global, como la Pequeña Edad de Hielo.
Aunque la relación aún no está del todo clara, los modelos paleoclimáticos sugieren que el papel del Sol no puede descartarse en los procesos de variabilidad climática natural a largo plazo.
Tecnología, seguridad y previsión: por qué vigilar el Sol es estratégico
La vigilancia del ciclo solar se ha convertido en una prioridad científica y operativa. Misiones como SWFO-L1, cuyo lanzamiento está previsto en 2024, o la flota de satélites de observación de la NOAA y la NASA, permiten anticipar eventos extremos con horas de antelación.
Esa previsión es vital para proteger infraestructuras esenciales: sistemas eléctricos, telecomunicaciones, aviación comercial e incluso la salud de los astronautas en órbita.
Los pronosticadores del Centro de Predicción del Clima Espacial (SWPC) utilizan escalas similares a las de huracanes para clasificar la gravedad de las tormentas solares, emitiendo alertas en función de su alcance potencial.
¿Qué papel juega la Tierra en todo esto?
Si bien el ciclo solar tiene su origen en el propio Sol, la respuesta terrestre es fundamental. La atmósfera y la magnetosfera actúan como amortiguadores de las perturbaciones solares, pero su eficacia depende de múltiples factores, desde la latitud hasta la densidad de la ionosfera en un momento dado.
Esa interacción compleja explica por qué algunos eventos apenas tienen consecuencias, mientras que otros, como la tormenta solar de 1989 en Quebec, provocan apagones masivos y daños técnicos sustanciales.