David Escribano
En el sur de Francia, ocupando parte de la región del Mediodía, existía la vieja Occitania. Esta siempre fue una tierra bella y fértil, poblada por encantadores poblados, interminables hileras de viñedos y cierto halo de misticismo. Todo ello alimentado por la trágica historia de los cátaros. Hoy en día, una ruta por Occitania es un auténtico placer para los sentidos.
Se trata de una ruta en coche, de poco más de 85 km. Pasa por las poblaciones de Montauban, Cordes-sur-Ciel y Albi y puede realizarse en un fin de semana.
De hecho, algunos viajeros deciden hacerla a pie, caminando por esa bella campiña que enamora hasta a los más escépticos. En este caso, la mejor época para emprender la aventura es el final de la primavera. Y lo es porque los campos lucen coloridos y salvajes bajo la longeva luz del sol, y el calor aún no aprieta.
¿Qué ver en la Occitania francesa?
Elijamos una u otra opción, estos son los mejores lugares que vamos a encontrar en nuestra ruta por la Occitania francesa.
Primera parada de la ruta por Occitania: Montauban

Comenzamos nuestra andadura en la capital del departamento francés de Tarn-et-Garonne.
Es conocida como “la ciudad rosada” por sus innumerables edificios históricos de fachadas de ladrillos de ese color. Montauban es una urbe tranquila de poco más de 55.000 habitantes.
En ella pasó sus últimos meses de vida el expresidente de la República de España, Manuel Azaña. Quizás cayó enamorado de su precioso Puente Viejo, levantado en el siglo XIV y sobre el que se realizaron múltiples transformaciones durante los siglos posteriores.
O, quizás le gustaba pasear, sin rumbo, por las calles de la ciudad hasta desembocar en la emblemática Place Nationale. Es una de las pocas plazas de doble arcada que quedan en Francia.
En ella, se juntan al atardecer, amigos, familias y parejas para tomarse algo en cualquiera de sus múltiples terrazas.
El arte está muy presente en Montauban, donde el Museo Ingres Bourdelle (MIB) rinde homenaje al polifacético pintor Jean Auguste Dominique Ingres. Se trata de la personalidad más popular nacida en Montauban. En él también se pueden encontrar algunos trabajos del gran escultor – también nacido aquí – Antoine Bourdelle.
Otro tipo de arte, el eclesiástico, encuentra su máxima representación en la iglesia de St Jacques. En su fachada – cómo no, de ladrillo rosado – aún se pueden apreciar las muescas de las balas de cañón que contra ella se dispararon en los enfrentamientos entre católicos y protestantes de 1621.
En el interior de la iglesia se mezclan los estilos románico y barroco, coexistiendo con pinturas del XVIII.
Cordes-sur-Ciel

Llega el momento de dejar Montauban para poner rumbo a la primera bastida (ciudad fortificada) de Francia.
En el camino hacia Cordes-sur-Ciel quedaremos maravillados con esos bellos campos salpicados de cultivos y de pequeños edificios y casas. Todos ellos propiedad de los granjeros. De ellos se extraen los excelentes vinos de Gaillac.
Unos vinos que podemos probar en alguno de los románticos restaurantes de Cordes-sur-Ciel. Es un pueblo de auténtico ensueño, que aparece ante nosotros encaramado a un peñasco.
Y es que, cuando caminamos por sus adoquinadas calles, tenemos la sensación de haber entrado en una máquina del tiempo. En este viaje en el tiempo, reapareceremos en el medievo francés.
Esta bastida fue fundada por el conde Raimon VII, en 1222, para dar cobijo a los cátaros. Los cátaros eran un pueblo que profesaba una religión que defendía que, la única manera de llegar al cielo era a través de una vida sin ningún tipo de placeres, lujos o posesiones.
Esta idea no comulgó muy bien con los designios de los poderosos estamentos católicos de la época. Por esta razón, los cátaros fueron exterminados y perseguidos sin piedad.
Cordes-sur-Ciel floreció espectacularmente gracias al comercio de tejidos, lana y cuero. La planta del pastel – utilizada para teñir de azul las telas – era su producto estrella.
El poder económico trajo consigo la construcción de bellos palacios y edificios góticos, que se pueden apreciar hoy en día. Estos enamoraron a personalidades como el escritor Albert Camus.
Una de esas construcciones es la iglesia de St Michel. Esta es un claro símbolo de sometimiento realizado por las fuerzas católicas a los cátaros de la ciudad. En su esplendor, esta bastida llegó a albergar unas 6.000 almas. Hoy no hay más de 2.000 personas que viven en absoluta tranquilidad.
Recorre sus preciosas callejuelas y disfruta de sus románticos restaurantes (donde sirven sabrosas cazuelas de pato maridadas con vinos de la zona). Maravíllate también con las vistas panorámicas que ofrecen sus múltiples miradores.
Un lugar que enamora a todo el que lo visita.
Último lugar de la ruta por Occitania: Albi
También enamora el arte del vecino más importante de la historia de Albi, nuestra última parada en esta ruta por Occitania.
Se trata del famoso pintor y dibujante Henri de Toulouse-Lautrec. Podremos admirar más de un millar de sus obras (incluyendo varios de sus famosos carteles del Moulin Rouge) en el fantástico museo que está alojado, desde 1905, en el palacio de la Berbie.

En la Berbie encontraremos también una colección de arte moderno. Sin olvidar la sala dedicada a exposiciones temporales, la galería dedicada a la Ciudad Episcopal y otra de descubrimientos arqueológicos.
Sus preciosos jardines son lo que más atrae la atención de los amantes de la fotografía.
Sobre esa arteria fluvial de Albi están tendidos bellos puentes. Destaca el Puente Viejo, que lleva casi un milenio viendo la vida – y el agua – pasar bajo sus arcos.
El puente forma parte de un casco histórico que ha sido declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. En él también destaca la imponente catedral de Santa Cecilia, la cual parece más una fortaleza. Esta tiene el honor de ser la catedral de ladrillo más grande del mundo.
Asomarnos al mirador de la Berbie al atardecer nos regala unas vistas inolvidables en esta ruta por Occitania que tiene algo para cada viajero.