¿Pueden los países robarse nubes y precipitaciones?

La siembra de nubes puede servir para generar lluvia o reducirla pero en ocasiones acaba afectando a regiones más lejanas

Mario Picazo

La modificación del clima continúa siendo una prioridad para numerosos países del mundo. En este contexto, surge una pregunta clave: ¿es realmente posible que un país controle las nubes que cruzan su territorio?

Ante el aumento de sequías e inundaciones asociadas al cambio climático, la posibilidad de generar o detener precipitaciones se ha convertido en un objetivo recurrente. La llamada geoingeniería climática gana adeptos, y los experimentos para modificar artificialmente el tiempo se multiplican.

La idea de provocar lluvia o nieve puede parecer ciencia ficción. Sin embargo, son muchos los países que desde hace décadas han invertido recursos en esta tecnología. Las primeras técnicas se desarrollaron hace más de 80 años, y consisten en sembrar las nubes con yoduro de plata, una sustancia que favorece la formación de cristales de hielo y la condensación del agua, lo que puede derivar en precipitaciones.

Actualmente, estas prácticas se siguen utilizando con distintos fines: extinción de incendios, mitigación de sequías, dispersión de niebla en aeropuertos o incluso para evitar lluvias en eventos concretos.

No obstante, la falta de supervisión internacional preocupa a la comunidad científica, especialmente ante el creciente interés por estas técnicas en un planeta cada vez más afectado por el calentamiento global.

La NASA, por ejemplo, investiga la siembra de nubes con fines científicos para comprender mejor cómo influye en la intensidad de las precipitaciones. Foto: NASA

Una técnica con consecuencias imprevisibles

Aunque la siembra de nubes se aplica desde hace años, sus efectos colaterales aún no se comprenden del todo. Modificar el clima es técnicamente posible, pero controlar las consecuencias de esas modificaciones sigue siendo un gran desafío. Muchos expertos advierten que estas prácticas pueden tener impactos que trascienden las fronteras nacionales.

Manipular la naturaleza de las precipitaciones sin afectar a regiones vecinas es complejo. Si un país detecta que su vecino está interviniendo en la atmósfera, podría responsabilizarlo de anomalías climáticas que le hayan afectado, como sequías o lluvias intensas.

Un caso paradigmático es el de China e India. El gobierno chino ha sido uno de los más activos en el desarrollo de programas de modificación climática. En 2018, puso en marcha el ambicioso proyecto Sky River, orientado a paliar la escasez hídrica y mejorar la seguridad alimentaria.

Sin embargo, algunos estudios señalan que estas intervenciones en la meseta tibetana habrían afectado la disponibilidad de agua en países situados río abajo, como la India.

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La siembra de nubes mediante yoduro de plata se ha vuelto cada vez más habitual, aunque continúa siendo una técnica de difícil control.
Foto: NASA

Acusaciones entre países: la geopolítica de las nubes y el agua

En más de una ocasión, países han acusado a otros de “robarles” nubes o provocar inundaciones mediante prácticas de geoingeniería.

En 2018, un alto mando militar iraní acusó a Israel de provocar la ausencia de lluvias en Irán mediante la alteración deliberada del régimen de precipitaciones. Israel ha sido históricamente uno de los países pioneros en la generación artificial de lluvias mediante técnicas de siembra.

Otro caso reciente tuvo lugar en 2024, tras las fuertes inundaciones que afectaron al sur de Brasil y a los Emiratos Árabes Unidos. Miles de publicaciones en redes sociales, muchas de ellas de sectores negacionistas del cambio climático, culparon a la siembra de nubes de haber provocado las lluvias torrenciales.

Estas acusaciones carecían de fundamento científico, pero reflejan el creciente debate sobre la responsabilidad y los límites de estas tecnologías.

Durante la Guerra Fría, entre 1947 y 1991, Estados Unidos recurrió a la siembra de nubes con fines militares. Uno de los ejemplos más conocidos es la “Operación Popeye”, desarrollada en la guerra de Vietnam para entorpecer los movimientos del enemigo. También se llevaron a cabo pruebas en Laos con el objetivo de provocar nevadas intensas que paralizasen a las tropas rivales.

Estos usos llevaron a la Organización de las Naciones Unidas a crear en 1976 una convención internacional para prohibir el uso militar o con fines hostiles de técnicas de modificación ambiental.

¿Una herramienta útil o una amenaza incontrolable?

Para muchos especialistas, la siembra de nubes genera hoy más incertidumbre que beneficios reales. En España, se realizaron numerosos experimentos entre 1981 y 1991, principalmente en regiones afectadas por sequías. En años posteriores, se han explorado otras formas de geoingeniería climática con objetivos similares.

Sin embargo, los resultados han sido poco concluyentes. A pesar de los periodos de escasez hídrica extrema vividos en el país, las autoridades no han recurrido a esta tecnología como medida de emergencia, lo que refleja su limitada eficacia práctica.

Un informe publicado en 2019 por un grupo de expertos de la Organización Meteorológica Mundial (OMM) concluyó que el aumento de la precipitación logrado mediante siembra de nubes oscila entre “prácticamente cero” y un 20 %, lo que plantea dudas sobre la relación coste-beneficio de estas iniciativas.

La geoingeniería, en particular la siembra de nubes, se presenta como una herramienta llena de potencial, pero también de riesgos. Sin una comprensión profunda de sus impactos y sin un marco internacional claro que regule su uso, el intento de manipular el clima puede terminar generando más problemas que soluciones.

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Foto: NASA – Siembra de nubes con cohetes para intensificar las precipitaciones.