El peligro de las tormentas solares para nuestra civilización

Se calcula que las tormentas solares suceden un par de veces por milenio. ¿Suponen un riesgo real?

Alejandro Riveiro

Alejandro Riveiro

El Sol es la estrella que ilumina la Tierra. Su papel para que haya vida en nuestro planeta es fundamental. Pero, su actividad, también puede suponer una amenaza para nuestra civilización. Porque sus llamaradas solares pueden poner en jaque a nuestra tecnología.

El Sol es una estrella con un período de actividad muy bien definido. Es lo que conocemos como un ciclo solar y tiene una duración aproximada de 11 años.

A lo largo de ese ciclo, el Sol experimenta tanto un período de mucha actividad (máximo solar), como un período mucho más tranquilo (mínimo solar). En estos momentos nos encontramos en una fase de mínimo, en la transición al inicio del ciclo solar 25 que, presumiblemente, cubre desde 2019 hasta 2030.

Durante un ciclo solar, la actividad de nuestra estrella varía ligeramente. Durante el máximo solar podemos esperar encontrar más manchas solares en su superficie.

Su abundancia es importante porque son las regiones que provocan la emisión de tormentas solares. Cuantas más haya, más probable es que se produzca una llamarada solar. Así como que, en consecuencia, esa llamarada vaya dirigida hacia la Tierra. Pero no todas las llamaradas solares son iguales. La mayoría no perturban especialmente nuestro entorno.

tormentas solares

Este mecanismo es el que se encuentra detrás de las populares auroras boreales. Son el producto de la interacción de las partículas (protones, principalmente) con el campo magnético de nuestro planeta. El resultado es una llamativa banda de luz suspendida en el firmamento en las latitudes más cercanas a los polos.

Si es en el hemisferio norte, se trata de una aurora boreal. Si es en el hemisferio sur, entonces nos encontramos ante una aurora austral. En la superficie de la Tierra, los efectos de una tormenta solar son imperceptibles…

Las inclemencias del clima espacial

No solo porque nos protege el campo magnético de la Tierra. También por la protección de la atmósfera. A decir verdad, las tormentas solares no suponen ninguna amenaza para la vida en la superficie. Nuestro planeta se encarga de protegernos perfectamente.

Sin embargo, nuestra civilización sí se puede ver afectada, y muy seriamente, de una manera indirecta. Podría parecer extraño, pero lo que sucede en el espacio también afecta a nuestra forma de vida. O, más concretamente, a nuestra tecnología. Por eso, lo que sucede en el espacio nos afecta.

Puesta de sol en Ibiza

Baste un simple ejemplo. Hoy en día tenemos una legión de satélites en la órbita de nuestro planeta para poder usar el sistema GPS. Un sistema que no solo sirve para la navegación de nuestros automóviles o aviones.

Un mínimo error en el sistema de medición de los GPS puede provocar errores de kilómetros en la detección de posición (o movimiento) de esos vehículos. Pero se queda en una simpática anécdota si pensamos en lo que pasaría si, de repente, todo el sistema GPS se quedase fuera de servicio. Afecta, por ejemplo, a nuestras redes de comunicación. O a las operaciones que podemos realizar con nuestras tarjetas de crédito.

Solo por poner un par de ejemplos de un sistema que es vital hoy en día. El GPS ya no es simplemente un sistema de navegación. El paso del tiempo se mide, en muchos dispositivos y ámbitos de nuestro día a día, gracias a la función que cumplen desde el espacio.

Supongamos que una gran llamarada solar afecta a la Tierra. ¿Lo sentiríamos solo en el sistema GPS? Lo cierto es que no. También en superficie. De hecho, hay un caso en nuestro pasado…

El evento Carrington

En 1859, se produjo la mayor tormenta solar de la que tenemos conocimiento hasta la fecha. En aquel momento no tuvo grandes consecuencias. No es sorprendente si tenemos en cuenta que nuestra tecnología apenas estaba comenzando a dar sus primeros pasos.

La electricidad se estaba extendiendo y, con ella, el telégrafo. Fue entonces cuando, el 1 de septiembre de aquel año, se produjo un fenómeno espectacular. Como con cualquier otra tormenta solar, llegaron las auroras.

Pero fueron visibles mucho más al sur (y al norte desde el hemisferio sur) de lo habitual. Llegaron a ser visibles desde la Península Ibérica, como se recogió en medios como el Diario de Menorca. También hay testimonios de que fue visible en Madrid, así como otros puntos del mundo con latitudes aún más cercanas al ecuador. Tal y como sucedió en La Habana.

Algo que ya hace pensar que estamos ante una tormenta mucho más intensa de lo habitual. Pero sus efectos más palpables no fueron bonitas auroras. Sino lo sucedido en la red eléctrica.

Una tormenta solar puede sobrecargar el tendido eléctrico. No solo los cables de los satélites. También los de nuestras centrales eléctricas y casas.

Una tormenta solar puede sobrecargar el tendido eléctrico. No solo los cables de los satélites. También los de nuestras centrales eléctricas y casas. Parte del tendido eléctrico, en aquella época, ardió fruto de la sobrecarga.

Algunos operadores de telégrafo recibieron descargas eléctricas. El papel que se usaba para los mensajes ardió. Algunos telégrafos, incluso, siguieron funcionando durante mucho tiempo pese a que ya estaban desconectados de la red eléctrica. Y eso sucedió cuando nuestra tecnología apenas estaba dando sus primeros pasos.

Los efectos de una tormenta así en la actualidad

Probablemente sea fácil imaginar que, en la actualidad, una tormenta así podría causar daños mucho más palpables. Nuestra civilización depende de la electricidad para prácticamente todo. Incluso para que el agua llegue a nuestros pisos en la comodidad de nuestras ciudades.

En realidad, ni siquiera lo tenemos que imaginar. En 1989, una tormenta solar menos intensa golpeó el planeta de lleno. La red eléctrica de Norteamérica estuvo sobrecargada durante horas. Pero la peor parte se la llevó la provincia de Quebec, en Canadá.

Svalbard auroras

Durante horas, en pleno invierno canadiense, la población se quedó sin suministro eléctrico. Varios satélites, en la órbita de la Tierra, también se quedaron fuera de servicio. El satélite de comunicaciones TDRS-1, de la NASA, por ejemplo, sufrió más de 250 errores diferentes durante la tormenta.

Cabe recordar que no se trata de una tormenta tan fuerte como la que desencadenó lo que conocemos como el evento Carrington, pero se dejó sentir con fuerza. En 2003 tuvimos otro ejemplo con una tormenta solar que afectó al norte de Europa.

En 2003 tuvimos otro ejemplo con una tormenta solar que afectó al norte de Europa.

El resultado fue muy similar al de Quebec, la ciudad de Malmö (Suecia) se quedó sin suministro eléctrico durante varias horas. Por supuesto, ambas tormentas produjeron auroras que fueron visibles mucho más lejos de lo habitual. En el caso de 1989, se llegaron a observar desde el norte peninsular (Galicia, Cantabri, País Vasco…).

Cabe preguntarse, por tanto, si podríamos vivir algo similar a lo desencadenado por el Evento Carrington que afecte a nuestra civilización. La respuesta puede parecer desesperante: sin duda alguna, sí.

El evento Carrington en la actualidad

En 2012, el Sol emitió una llamarada de una intensidad muy similar a la que provocó el evento Carrington. Nuestro planeta, por suerte, no se encontraba en su trayectoria, por unos 9 días de diferencia. Pero no cuesta imaginar sus consecuencias.

La mayoría de nuestros aparatos eléctricos, por ejemplo, se freirían. Eso sin mencionar que nuestros satélites, como los sistemas GPS, quedarían fuera de servicio. Todo esto ha llevado a algunas personas a pintar un paisaje que parece bastante catastrofista. Casi apocalíptico. Pero, ¿están en lo cierto?

Concepto artístico de un satélite GPS. Crédito: US Government

En los últimos años, se está trabajando cada vez más en preparar los satélites para poder enfrentarse a las tormentas solares sin que eso afecte a su funcionamiento de forma permanente. Las instalaciones en la superficie también parecen tener en cuenta sus efectos.

En realidad, la pregunta no es si podría suceder, si no cuándo. Hoy por hoy, se calcula que ese tipo de tormentas suceden un par de veces por milenio.

Algunos estudios, además, apuntan a que son las regiones cercanas a los polos las que se llevarían la peor parte. Cerca del ecuador, los efectos directos serían menos apreciables. Aunque aun así seguiríamos notándolo. ¿Tanto como para que nuestra civilización colapse?

Hay diferentes estimaciones. En algunos escenarios se plantea que podríamos tardar apenas un par de semanas en recuperarnos de los daños de una tormenta de estas características.

En otros, sin embargo, se plantea que podría durar años y que el coste ascendería a billones de euros. Tanto si un escenario como el otro es correcto, lo que está claro es que notaríamos una tormenta solar de esas características.

En realidad, la pregunta no es si podría suceder, si no cuándo. Hoy por hoy, se calcula que ese tipo de tormentas suceden un par de veces por milenio.

El inconveniente de depender de la tecnología

Sea como fuere, es innegable que nuestra dependencia de la tecnología hace que estemos expuestos a fenómenos que, de otra manera, no nos afectarían especialmente.

Hay que dejar claro que una tormenta solar no es letal, por sí misma, para el ser humano. Ni mucho menos. En una escala menor de intensidad, hemos pasado por tormentas solares de forma casi constante a lo largo de los años.

No afectan a los seres humanos de forma directa. Pero sí lo hacen de forma indirecta a través de las sobrecargas de los sistemas eléctricos.

Por eso, analizar el Sol y su comportamiento es vital para poder anticipar la llegada de una gran tormenta solar. Algo que permitirá que, en aquellos aspectos más vulnerables, se puedan tomar las medidas necesarias para mitigar los daños.


Una tormenta solar no es letal, por sí misma, para el ser humano. Pero sí le afecta de forma indirecta a través de las sobrecargas de los sistemas eléctricos.

Habitualmente, una tormenta solar tarda unas 60 horas en llegar a nuestro planeta. Si bien ese tiempo puede verse reducido sensiblemente si se han producido otras tormentas solares en la misma región. Sucedió, de hecho, con el evento Carrington. Aquella tormenta solo tardó 17 horas en llegar a la Tierra.

Todo porque, apenas unos días antes, ya se había producido otra tormenta solar en la misma dirección. No sabemos cuándo llegará la próxima gran tormenta solar.

Puede que no sea, ni siquiera, ni en esta generación o la siguiente. Incluso si todo saliese mal y la tormenta solar tuviese las peores consecuencias imaginables, la vida, y el ser humano, seguirá adelante. Es poco probable que nuestra civilización llegue a colapsar por completo. A decir verdad, también porque cada vez estamos mejor preparados para las inclemencias del clima espacial…