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personal real, de carne y hueso, llamada Pilar de Valderrama. Machado llega como profesor de instituto a Segovia en 1919. Viene de Baeza, ciudad a la que pidió traslado para intentar dejar atrás la tristeza que Soria le provocaba con el recuerdo permanente de la muerte de su joven mujer Leonor Izquierdo. Es en 1928 cuando conoce a Pilar de Valderrama. Nacida en Madrid, su infancia se ve marcada por la muerte prematura de su padre y las segundas nupcias de su madre, que la convierten en una niña introvertida que se refugia en la música y la poesía. Con 8 años ingresa en un internado donde permanece hasta los 14. Al volver a casa se encuentra con el nuevo marido de su madre y unos hermanastros, que no son precisamente un ejemplo de virtudes. Para escapar de esta situación decide casarse. Fruto de este matrimonio nacerán cuatro hijos. Pero Pilar no encuentra la complicidad y compañía que esperaba en su marido, más preocupado por sus conquistas amorosas, por lo que busca consuelo escribiendo poesías: Benditas canciones que acunáis el tedio de mis noches largas... Tengo toda el alma llena de vosotras. ¿O es que sois vosotras, canciones, mi alma? En 1928 sufre una grave crisis en su matrimonio cuando su marido le confiesa que una joven con la que mantenía relaciones desde hacía varios años, se había suicidado arrojándose por un balcón. Pilar muy impresionada huye de casa y termina en Segovia, donde se encuentra con Machado en el desaparecido Hotel Comercio. Cenan juntos y después pasean hasta el Alcázar, en una agradable noche del mes de junio. El poeta no despega su mirada de ella. Desde entonces los dos tejen una peculiar relación de tintes platónicos, que excluye cualquier contacto físico, dadas las creencias religiosas de ella y el hecho de estar casada. Machado se desplaza en tren los fines de semana desde Segovia a Madrid. La estación del Norte de Madrid se convierte en testigo de las idas y venidas del poeta. Durante el verano de 1928 los dos se ven secretamente en unos jardines situados en los terrenos que hoy día ocupa el Palacio de La Moncloa, desde donde se divisa el encinar de El Pardo y la Sierra de Guadarrama. ¿Eres tú, Guadarrama, viejo amigo, la sierra gris y blanca, la sierra de mis tardes madrileñas que yo veía en el azul pintada? Por tus barrancos hondos y por tus cumbres agrias, mil Guadarramas y mil soles vienen, cabalgando conmigo, a tus entrañas. Con la llegada del otoño y los primeros fríos buscan un lugar más adecuado para sus encuentros y comienzan a frecuentar un café en la zona de Cuatro Caminos llamado el Franco-Español, al que Machado llamaría “nuestro rincón”. Establecen un ritmo de encuentros; suelen verse los viernes y sábados por la noche durante una hora nada más, es todo el tiempo que Pilar le puede dedicar, suficiente para que el poeta alimente su corazón y su pluma. Siete años de encuentros, 240 cartas y muchas poesías son el resultado de los encuentros entre Machado y Guiomar, que se ven truncados por el comienzo de la Guerra Civil. Pilar huye junto a su familia hacia Portugal abandonando su casa y casi todos sus enseres. En la huída quema la correspondencia con Machado, pero en el último momento decide guardar unas pocas cartas, unas 40 de casi 300, que hoy día se conservan en la Biblioteca Nacional en Madrid. Machado por su parte huye a Francia y encuentra la muerte en Collioure, donde se haya enterrado. Guiomar sobrevivió a la guerra y guardó silencio durante muchos años sobre esta historia, hasta que una amiga, Concha Espina, le arrancó el permiso para contarla en un libro que tituló “De Antonio Machado a su grande y secreto amor”. Años después Pilar de Valderrama en una pequeña biografía confesaría uno de los secretos literarios mejor guardados. Evidentemente no fueron los muros de esta moderna estación los que presenciaron todo esto, sino los de la estación de tren convencional situada en el casco urbano de la ciudad y que hoy día a penas sirve para dar servicio a los trenes de la línea de cercanías que unen Segovia y Madrid. Pero si que todos estos parajes que la rodean, hoy con sus cumbres teñidas de blanco, fueron testigos mudos de entre otras muchas historias, de la de este hombre y esta mujer, cuyas vidas quiso el destino unir o desunir de manera tan singular.