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y sobre todo de sabiduría, en nuestro puente esas piedras que le van faltando significan historia, arraigo, fortaleza, permanencia en el tiempo… Sobre él, cruzaron el arroyo caballos y caballeros, labriegos con su carros y mulas, hombres de bien que acudían a la aldea y hombres malos que huían de ella. El infante que en verano se bañaba en las aguas del arroyo y en que en invierno las cruzaba sobre el hielo, despacio, con miedo a que se rompiera. El doncel, que con su amada sentada en la barandilla de piedra, cuchicheaba palabras dulces en su oído, mientras ella sonreía y sus ojos brillaban. El puente, hoy roto, vio como las gentes jóvenes de la aldea lo cruzaban con sus atillos, en muchos casos, para no volver jamás. El puente, con el camino de tierra a uno y otro lado, fue viendo como esa capa de piedra pegajosa negra llegaba cerca, pero se detenía bastante antes de atravesarlo. Nunca la quiso. Sus recios sillares se bastan y sobran para sujetar la carga, por muy pesada que esta sea. Pero hoy intuye, ya roto, ya herido, ya señalado, que sin ello; el olvido se apoderará de él. Orgulloso y erguido. Aunque roto, fuerte; da fe de aquello que quizás no sea, pero que no hace mucho fue. Hoy mira de reojo, allí no muy lejos, donde hace poco levantaron otro. Más alto. Más grande. Más nuevo. Cual flechas, monstruos de metal cruzan por debajo a una velocidad endiablada. Pero eso allí. Porque aquí, en el puente roto, el tiempo se detuvo hace mucho ya…