Fotos

hojas amarillas y marrones dan un toque de color al campo, al bosque, a las colinas, al barranco, al paraje de la charca, a la fuente, a las traseras del lavadero… Hoy todavía es color. Hoy todavía se puede soñar. Todavía es época de alardes. De permitirse el lujo de dejar el gabán colgado detrás de la puerta en casa. De caminar por el camino que lleva a las camaretas escuchando únicamente el crujir de las hojas bajo las botas. De oír graznar a la urraca. De divisar en el cielo una bandada de pájaros en perfecta formación. Ellos se van. Se mudan. Ellos que pueden. Nosotros estamos apegados al terruño. Ay si lo tuviéramos que dejar como muchos otros. Partiríamos, si; pero dejando en él anclado nuestro corazón. Y no importa cuan lejos fuéramos, ni lo que allí tuviéramos, ni el dinero que lográramos amasar… Tarde o temprano el corazón reclamaría el resto de nuestra presencia. Y cuando ello ocurriera las lágrimas brotarían de nuestros ojos, sabedores de que este, y no el otro, es nuestro auténtico hogar. Aquel que siempre estará no solo en nuestro corazón, sino en nuestra mente y sobre todo en nuestros sueños. El lugar de donde somos. Al que pertenecemos. Si el cielo existe y es como nos lo han contado, ese lugar es donde nuestra alma reposará para siempre. Escuché una vez decir “que si había un río en el lugar que crecimos, oiremos el rumor de sus aguas siempre”. A la entrada de la iglesia está la pila bautismal. Por donde pasaron todas las testas del pueblo. De unos y de otros. De los del barrio de arriba y de los del de abajo. De los ricos y de los menos pudientes. Al otro lado del muro, adosado, el cementerio. Vida y muerte. O muerte y vida. Quien sabe… Del verano de la vida, vamos al invierno de la muerte. Pero debe ser así para volver a nacer de nuevo. Pero hoy, eso no importa. Porque hoy... todavía es otoño.