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suegro. Existen pequeñas percepciones que nos dan una viva sensación del verano, una de ellas es el zumbido de la mosca a la hora de la siesta. También está asociada a la caló el canto de la cigarra - chicharra en mi pueblo - que se pasa el verano abrazada a los árboles sorbiendo la sabia y cantando a la vez como una caja de vibrátil resonancia. Lafontaine maltrató a la cigarra frente a la previsora y ahorradora hormiga - no es por llevar la contraria al fabulista Lafontaine - pero yo prefiero la cigarra que puso banda sonora a mis veranos en el campo. En cambio, la voracidad y el instinto de rapiña de las hormigas no tiene fin, cuantas veces se han comida - en un descuido - la tortilla de papas con cebolla que con tanto mimo habíamos preparado, dejándonos en ayunas y estropeando el día en el campo. En definitiva, en verano nos pasamos el día ideando estratagemas para sudar lo indispensable, lo imprescindible. A todo esto ya anocheció, y en las noches de verano uno de los placeres más agradables es pasear divagando sin fin ni objetivo. El paseo - divagando - se hace bajo esa luna que todo lo embellece, esa luz que como un halo de claridad, una luminosidad suave, alumbra nuestro caminar. En ese paseo veraniego podemos oír el croar de las ranas en un canto triste, en los intervalos de silencio el grillo hace sonar su violín con monótona persistencia. Todo parece extasiado con la brillante dulzura de la luna, que no habrá visto la luna iluminando a los enamorados en la calurosas noches de verano. De pronto, nuestros ojos quedan deslumbrados por la caída de una estrella fugaz que se disuelve antes que podamos expresar un deseo, deseo que - por experiencia - nunca se cumple. Mientras, a todo esto, las campanas de la iglesia van dando las horas con su habitual y grave indiferencia, ajenas a todas las cavilaciones de los humanos. Cuando la noche es típicamente canicular, no hay nada más agradable que observar las estrellas como brillan borrosas y lejanas como en una telaraña de luz difusa, lamentablemente hemos perdido la costumbre de mirar las estrellas, el firmamento. Posiblemente, este complejo mundo que habitamos se rige bajo la batuta de Newton, corregido por Einstein con bastante rigor. Las galaxias son una visión polvorienta y difusa, un parpadeo sutil de millones de estrellas cuya contemplación nos puede dejar extasiados. Eso sí, cuando estemos extasiados contemplando el universo estrellado debemos huir del astrónomo aficionado, el que con el dedo indice - cual ET - nos señala y recita los nombres de las estrellas y su situación estratégica, si no lo remediamos, si hacemos acopio de paciencia, nos contará los millones de km. que nos separan de esas estrellas, planetas y luceros, incluido el lucero del alba. Siempre suele acabar en una síntesis histórica, una síntesis en la que no va de un palmo - entre los planetas y estrellas - ni un km. ni un siglo. Todo este panfleto son las reflexiones en mis paseos veraniegos. En cuanto al reportaje, qué de qué, qué queréis que os diga, porque ya ando escaso de ideas, solo decir que es un intento de mostrar lugares con encanto, cosas típicas de verano, y los medios de transporte que utilizaremos para desplazarnos